Mi amor y yo: 2.06 Passio (Vol. II)
Nos arrojamos perezosos sobre el sillón de tu casa, y mientras enredaba mis dedos con tus rulitos alborotados, un silencio hizo eco en la habitación.
Estuvimos
un largo rato divagando, tendidos después de una larga jornada de trabajo, escuchando
el sonido de la ciudad que nos agobia. Entonces, posaste tu cabeza sobre mis
piernas y pude ver tu rostro con más claridad. Y qué bonito que es tu rostro al
pestañear.
De
pronto, te sonreí porque el nerviosismo me invadió sin consentimiento, y pude
apreciar como la luz se fue impregnando en el tecnicolor de tus ojos, esos
mismos que dan vueltas tratando de encontrar mi mirada y me devolviste una de
tus miradas coquetas.
Bajé
lentamente mi rostro para encontrarme con tus labios y la colisión de nuestros
cuerpos vino en cámara lenta para luego sucumbir en caída libre.
Aquel
atardecer, a medida que las sombras fueron encontrando refugio en el
interludio, acariciaste mi piel cual escultura. Me cogiste con firmeza,
agarrándome con ambas manos, embistiendo con desesperación. Porque, es esa
sensación en la que no puedo dejar de tocarte, besarte y morderte. Y nuestras
manos encontrándose en lugares en los que se necesita más iluminación.
Luego,
cuando un beso pareciera consumir la guerra que se avecina, nos vemos,
encontramos como si fuese la primera vez. Temerosos, convergidos con cada caricia,
nos mezclamos con rabia y desenfreno, como si el mundo se fuese a acabar.

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Por si acaso, deberías tener cerca el número de teléfono de los bomberos. Hay quemaduras que matan.
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