Mi amor y yo: 3.04 Anatomía
Las
manos me están temblando, y no es precisamente por el nerviosismo o el temor a
la indiferencia, de la poca importancia que le brindan a un atardecer que está
coqueteando justito frente a tus narices. Y, aunque bajo las sábanas mis
piernas tratan desesperadamente de cobijarse con las tuyas, supongo que no hay
excusa para ignorar las verdades que se ocultan tras nuestros silencios.
Sé
que cada una de esas rutinas que te empeñas tanto en respetar mantiene tu vida
en una sola pieza, ya que, cuando te salgas del libreto, todo podría colapsar.
La vida, el pasado, tu mundo entero podría desmoronarse. Y créeme que no quiero
entrometerme en la medida exacta para hornear esos dulcecitos que me muero por
saborear. Pero, si no te alcanza para endulzar el gris que lucen tus tiernos
labios, no podremos disfrutar de la mezcla y del caos de nuestros cuerpos
descubiertos y entrelazados.
Por
favor, no me pidas que desconozca esta voz que me canta entre susurros, porque
ya no podría volver a reanimar este cuerpo que se ha callado el más cruel de
los dolores. Y si lo escuchas junto a mí, quizá encontremos la belleza de lo caótico,
en este camino que se abre ante nosotros.
No
quiero negar las palabras que mi piel libera cuando la acaricias suave y
despiadadamente. Como si fuese tan simple como un beso bajo las luces de un
antro o más que el descubrimiento de la última maravilla del mundo.

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