Mi amor y yo: 3.06 Le decíamos Valentín
No
estoy aquí para darte una catedra, ni mucho menos para enseñarte a entregar
amor, porque aún sigo descubriendo la mesura exacta, si tienes que amar con
locura, con premura o con todo el corazón. Y no es de extrañar que antes
perdiera la cabeza, por tanto beber vino y cerveza, para dejarnos caer al
éxtasis y la agonía de la bendita compañía. Brindando por una noche más de
encanto.
Puede
que insista en que la soledad te impulsó a recorrer callejones sin salida y
senderos repletos de espinas, pero qué bonito te la pasaste besando pretendientes
y recolectando cuentos de terror para tus descendientes. Porque, una anécdota
más (o una menos) y juro que podría vivir en esta carcajada que me impulse de
vuelta al altar. Un cuento más y este corazón de fantasías e ideales podría
desplomarse sobre tu regazo. Porque así se enamora la dulce princesa que habita
en mí.
Aunque
trato de imaginar esta celebración del romance, como ningún otro, la realidad
se sienta sobre mi hombro y me susurra uno de esos sermones, incluso cantando, de
que tengo que agradecer mi juventud como un tesoro, pero, sobre todo, de lo
desafortunadas que son las almas que se reúnen solo para perderse otra vez.
Qué
crueldad que es no coincidir contigo en este destino, ¿no crees?
Yo
solía decirle mi Valentín, porque quería que las flechas de cupido pudiesen
penetrar esta coraza que me encubre con tanto ahínco y sin mi consentimiento.
Creí que una sola flecha lograría abrirme el corazón para dejarlo sangrar cual
herida que necesita cicatrizar. Y agradezco el favor concedido.
Lléname
de todo el amor que me niego a encarar, apuntando certero con tus flechas que
no me fallan, aunque sea solo un imposible. Que prometo abrir el corazón y aceptar
humildemente el ofrecimiento de tu cariño incondicional.   

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