¿Alguna vez te has enamorado? - Al día siguiente.


Se haría realidad nuestra profecía, lo que discutimos en incontables ocasiones recostados sobre el campo de flores amarillas, por fin se materializaría. A veces lo susurrabas precavido para que se cumpliera y yo te decía que soñáramos en grande, porque nadie nos podría parar. Y sabía que sería auspicioso, desde el momento en que te sentaste frente a mí y las luces se apagaron, y nos vimos como por vez primera ante el resplandor de las velas, pero no pude seguir sosteniéndonos. Al parecer nuestro destino simplemente no estaba escrito. Fui nuestro peor enemigo.

El día siguiente siempre es el más difícil. De un presagio inefable. Con el solo hecho de abrir los ojos y, de repente, todos los momentos aplastan como avalancha, especialmente cuando recuerdo lo amargo de su llanto, siento que nunca me va a dejar de acechar su suplica.

Aplastante, como un grito desesperado que se escucha a lo lejos, son los recuerdos indescifrables de la noche anterior; la quemadura que me dejó lo gélida de tu mirada al terminar la conversación, la incesante suplica que no termina de repicar dentro de mi cabeza y la lagrima que se me desprendió avergonzada, porque no merecía empatía ni compartir el mismo dolor.

Pero me hago el fuerte. Aunque la áspera luz del día sea mezquina, logro levantarme de la cama contra la pesadez de un cuerpo que me pide que siga reposando, porque, estoy seguro que una vez que ponga el pie izquierdo fuera de la cama, sabré que es real. El lamento de un pájaro de mal agüero arrulla este viejo saco de carne y huesos. La cagué. Finalmente lo sé, que ninguno de mis esfuerzos fue suficiente y que, pese a que hice todo lo posible por evitar lo inevitable, nos rompí el corazón. Y, aun así, te pido que me creas cuando te digo que quería lo mejor para los dos.

No obstante, ¿cómo podrías creerme? Después de toda el agua que corrió bajo el puente.

Entonces, inhalo profundo y visualizo esa agua cristalina que fluye con delicadeza hasta llegar a su desembocadura como una de las pocas certezas de esta vida. Luego expiro imaginando que expulso el dolor, mientras que las piernas me tiemblan, pero no es a causa del cambio de estación, para finalmente sacar el pie fuera de la cama. Solo soy yo confrontando el frío del crudo invierno que se avecina, pero nunca llega, como una eterna promesa. Y también contra mí mismo, por siempre contrariado entre la lógica del corazón.

Me quedo un rato congelado, ensimismado sobre la cama, tratando de descifrar el siguiente movimiento y, al coger mi teléfono, la costumbre me traiciona y me veo escribiéndote un mensaje como lo hago usualmente. Porque, en los últimos meses has sido mi primer pensamiento al despertar, por lo que, como rutina te escribo para contarte sobre el absurdo sueño que tuve anoche: Tú y yo, en medio de una fiesta, rodeados de cuerpos sudorosos y desesperados de atención bajo las luces de neón, luego corremos de la policía hasta encontrarnos contra un callejón, perdiéndonos en la oscuridad de una madrugada imperdonable y saboreando los labios más exquisitos que en mi vida tuve el placer de besar.

Pero todo es solo una burda fantasía que me hizo sonreír y que me gustaría contarte, sin embargo, ¿cómo me aguanto las ansías de volverte a hablar?

Quise quedarme inmerso dentro de mi ensueño, pero me despierto y re imagino todo lo que sucedió en mi inconsciente, y estoy casi seguro de que te reirías de mí y luego pasarías tu mano cálida sobre mi mejilla para decirme cariñosamente: “mi amorcito”, pero ya no lo volveré a escuchar de tus labios, y me duele el pecho tratando de reprimir el llanto.

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