¿Alguna vez te has enamorado? - Tibio.


El auto pareciera que está en movimiento o, al menos, eso creo cuando escucho el sonido de las ruedas rodando por el pavimento, como otro de nuestros paseos a media tarde, me concentro en los rayos de sol que gentilmente van trasluciéndose por el lado derecho de mi ventana. En los días fríos como estos, más agradezco que la calidez del sol logre irrumpir a través de las nubes grises que cubre las alturas. Qué puedo decir, ya tengo suficiente con los días nostálgicos que transitan sin ningún propósito y la distancia que separa los cuerpos que caminan sin destino por el centro. Pero ahí estás tú, a mi lado, sin despegar ni un solo segundo tus ojos del frente, como si estuvieras persiguiendo algún sentimiento que se te escapó, o quizá soy solo yo quien busca alcanzar tu mano para sostenerla en todo momento, sin embargo, todavía a centímetros de distancia, te siento tan lejano.

Solo quiero sostener tu mano, apretarla, tomarla ante una emergencia; cuando el mundo se sacude con rabia y pareciera que el cielo se nos viene encima o solo por el placer de sentir la suavidad de tu piel que no me harto de acariciar. A veces creo que es una extensión de mi cuerpo, lo que nos mantiene unidos, como un solo elemento, nos hace uno con el mundo.

Si lo dices así, se siente bonito, pero, de pronto, las nubles eclipsan la frágil luminosidad, el corazón aletargado me late con prisa apremiante y creo que un temblorcito me sacudió hasta los pensamientos, entonces me invade la angustia por el riesgo de perderme, no sé por qué, sentir que de sumergirme en el bosque de tus cabellos ya no volvería a mí. A mi centro. Si me pierdo en ti, estoy seguro que ya no vuelvo.

Quisiera confesarme sobre esta catástrofe que me envuelve, porque, aunque lo parezca, una sonrisa no es maquillaje suficiente para cubrir la inseguridad que suele sobrepasarme cuando estoy enamorado. Quisiera decírtelo, así, sin más, que este sentimiento que llamamos amor es mucho más de lo que habría soñado, desde pequeño, la alegría de ponerme contento con tu compañía cuando, en realidad, soy como un lobo solitario, sin su manada ni luna que lo guie. Y es que siempre pensé que el amor solo trataba sobre personas que se conectan y, en sincronía, finalmente respira uno con el universo. Pero, ahora me pregunto, qué quedará de mí.

¿Puedes ver más allá de lo que tienes en frente? No quisiera distraerte con palabrería burda y sin sentido, por lo que me quedo callado, absorto, en cada uno de los escenarios que proyecto en mi cabeza, luego cambio la música para embellecer este sórdido silencio que solía hacernos sentir tan cómodos, pero ahí vas de nuevo con tus cuestionamientos sobre mi máscara que se me resquebrajó sin darme cuenta, porque no he usado el tono de voz más conciliador o no considere tu corazón palpitante antes que el mío, pero ¿podrías culparme? Sigo lidiando con esta ansiedad; si estás conmigo y no te tengo.

De pronto, el auto se detiene con lentitud, como un movimiento estratégicamente calculado, mientras que los minutos van pasando con cierta parsimonia y nos quedamos ensimismados, cuando ante una luz roja del semáforo nos hubiéramos besado tal como lo hacíamos desde que empezamos. Me digo a mí mismo que ya no lo aguanto. Me desprendo del cinturón de seguridad como si fueran ceñidas cadenas, abro la puerta como si mi vida dependiera de ello y salgo corriendo atarantado. No hay explicación ni lógica, lo sé. Me fugo despavorido, enumerando razones que no tienen pies ni cabeza, como tus constantes quejas y cuestionamientos, tu corazón doliente o tu necesidad impertinente de convertirme en el villano.

Entonces, rehúyo y me escondo. Me siento dolido y desesperado, que no quiero zambullirme de nuevo en aguas tormentosas y naufragar hasta la orilla. Si te soy honesto, ya no lo soportaría.

Pero después extraño el roce de tu piel, coger tu mano solo para sentir que sigues escuchándome en mi eterno monólogo durante nuestras largas caminatas por la playa, o cuando la tierra tiembla y todo parece tan frágil e incierto, especialmente cuando me desespera la distancia que se extiende entre nuestros labios, besándonos, apretando nuevamente tu mano, ansioso por sentirte dentro.

¿Habrá algún punto medio?

Pendo de un hilo ante tus caricias, tu piel que reclamo mía, sintiendo el fuego que la abraza, no me quiero quemar.

Finalmente, ¿tendrá algún sentido todo este diálogo interno? Los días siguen siendo fríos, incluso crueles sin tu compañía, y el tomar tu mano es una elección que hago a cada momento, de cada día, tan natural como el sol que resplandece al despertar.

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