¿Alguna vez te has enamorado? - Cautivo.
Dando vueltas por el supermercado, luego de un largo y extenuante día,
dirigías el carro de las compras con tanta diligencia que me pregunté si te lo estabas
tomando muy en serio. Vislumbré una expresión, una pizca de enojo en tu rostro,
frunciste el ceño, como siempre lo hacías cuando no soportabas mi burlesco tono
de voz, y lo enmascaraste fugazmente con una de aquellas sonrisas que cada día
es más difícil de desarmar.
¿Cómo iba a saber yo que tu amor por mí te hacía sangrar?
Dibujaste en mi mente un corazón palpitante y desgarrador, y yo pensando
que nuestro amor era solo una brizna de hierba.
Te detuviste de imprevisto en medio del pasillo de los licores, cogiste
uno, posiblemente fue el gin para preparar en casa, lo observaste con
detenimiento, prestando real atención a los detalles de su etiquetado, luego me
miraste con decepción. O, tal vez, fue solo mi mente siniestra. Porque me
encanta echarme la culpa y victimizarte un poco más. Pero esa mirada de decepción,
más bien, de crítica, me hizo sentir que te defraudaba mi “repentino” cambio de
hábito. Dejar el alcohol, recordé que lo dijiste con un tono de voz que subió una
octava, de sorpresa o temor, porque ya no tendríamos nada más en común. Y lo devolviste
a su lugar para seguir castigándome con el látigo de tu indiferencia.
Ahora me doy cuenta que tenías razón cuando enrabiado me dijiste que
lo único que hacíamos bien juntos era embriagarnos.
Y podía soportar tu mirada más cortante que mil dagas, el silencio
venenoso y esa sonrisa solapada, hasta tu eterno corazón doliente lo iba a tolerar,
pero no voy a aguantar ni un segundo más que me toques con el pétalo de tu
brutalidad. 
Sin embargo, volviste a mí en un pensamiento que me hizo sentir
devastado, al borde del llanto. Y aunque pude haber recurrido a la escritura o
a mis amigas por consuelo, solo pensé que sería una buena idea contar con un
adulto para confiarle mis dolores y pesares. E inmediatamente lancé una
carcajada floja, porque recordé que yo soy el adulto en cuestión y debería
tener la entereza para aguantar el dolor y darle cara.
No puedo evitar sentirme insuficiente.
Sé que mañana será otro día y que, luego, tiempo al tiempo, todo
estará bien otra vez. Pero se me hace difícil evadir el sentirme sentimental,
más bien, nostálgico, cuando escucho alguna canción que había en nuestra lista
de canciones y ya no la compartimos. Siento de nuevo esas pulsiones en el
pecho, unas ganas terribles de salir corriendo, pero en dónde me voy a
refugiar. A cuáles brazos voy a recurrir para cobijarme y sentirme un poquito
más a salvo, cuando fuiste hogar y también el salvaje que lo derribó.
Me atraganto con esta ansiedad, aunque cueste digerirla, pero me
digo que algo tengo que echarle al estómago vacío, el mismo que ruge al no
poder deshilachar el nudo que no me deja respirar en paz.
También me prometo que mañana seré un poquito más fuerte. Que solo
por hoy dejaré que la pena me lleve lejos. A la mierda. Ahora solo me voy a
echar sobre la cama, darme vuelta tras vuelta, aguantando el profundo peso del
vacío que me hunde en este sentimiento de abismo perpetuo.
Y después me cuestiono, en medio de mi insomnio febril; cómo me fui
a despedir si no te quería dejar ir.
Entonces, la película suena para escucharse por encima del silencio, un ruido burlesco que me deja llorar con tranquilidad.
.jpg)

.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario