¿Alguna vez te has enamorado? - Komorebi.


Cuando la angustia me pesa, más de lo usual, suelo plantarme bajo un árbol, preferiblemente de ramas largas y puntiagudas y hojitas abundantes. Luego alzo mi vista a lo alto, contemplativo, y me pregunto: ¿Cómo es que nadie más se conmueve con lo extraordinario de la luz que trasluce el cuerpo?

Cierro mis ojos, porque, a veces, no puedo aguantarme lo maravilloso y doloroso de la vida, transcurriendo a cada segundo, mientras el viento me sopla las ondas de los cabellos alborotados sobre el rostro y siento su beso cálido en lo más hondo.

Y quisiera que los rayitos de sol pudieran realmente colarse por mi piel y abrigarme, simplemente cobijar estas emociones tan sensibles que se ocultan tras mi sonrisa valiente.

Me quedo en silencio tratando de oír los secretos de las hojas que bailan al ritmo de un compás tácito, un lenguaje que solo ellas conocen y que me encantaría descifrar. Echarme a bailar, paso a paso, bailar y bailar, olvidando el mundo que hiere y se pudre, que se encoge y quebranta la belleza de un instante tan ordinario como un árbol que da sombra y refugio, que no hay respeto por lo vivo, solo temor a lo desconocido.

Entonces, cuando la angustia me pesa de nuevo, y seguro que lo hará, me quedaré en silencio, admirando, escuchando el lenguaje de las hojas que danzan y revolotean al ritmo de su propio tambor, y consentiré que el sol me impregne de su luminosidad hasta las partes más oscuras para sonreír con osadía.

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