¿Alguna vez te has enamorado? - ¿Y cuándo nos volvemos a ver?
Agobiado con tu mirada incisiva, a sabiendas que voy a negarme
rotundamente, lo haces solo para molestarme. Estoy seguro. Sabes cual va a ser
mi respuesta y, aun así, como si fuera una clase de apuesta contigo mismo,
probando quién es el mejor de los dos, me preguntas otra vez: ¿Y cuándo nos
volvemos a ver?
Haces la pregunta muy casual, con cierta parsimonia, -como quien no
quiere la cosa-, pero conociéndote como lo hago, sé que lo has tenido todo planeado.
El momento preciso. Ni un minuto antes ni un segundo después. Luego de comentarte
que me sentí como un tarado cuando terminé de leer “Las olas” de Virginia Woolf,
sellando las risas y miradas cómplices con un par de besos furtivos, esperas a que
fije mi mirada del lado contemplativo del horizonte, emocionado mientras veo que
el ocaso se va difuminando, como desperezándose después de un largo día, y
lanzas la pregunta como una daga.
Sé que estás expectante de un no rotundo, incluso, siento que te
excita ver mi incomodidad, permanezco por unos segundos en silencio, tratando
de encontrar las palabras precisas o el gesto perfecto para excusarme o elegantemente
declinar la cuasi invitación, pero sosteniéndote la mirada y en un tono coqueto
te respondo con un críptico: “Ya veremos”, y logro frustrar por unos minutos tu
treta para determinar: ¿Quién de los dos es el que ama más?
Y así, los centímetros de espacio que aún quedan entre tú y yo se
convierten rápidamente en una arena para seguir con la interminable competencia
donde no habrá ningún ganador.
Ser reconocido por tu corazón doliente es el premio que mereces.
A quién le sangra más el corazón, cuando se extraña en la distancia
o en mi ausencia por un viaje que hago con mis amigas solo por diversión. Quién
es el más preocupado, el más interesado en el futuro de nuestra relación. Si
tan solo salimos hace un par de meses que, luego, se hace un año, ¿acaso soy yo
quien todavía no lo tiene claro? Me pregunto, a ratos. Y la ansiedad me
gobierna cuando no puedo saciar tu sed de entrega, pero me consuelo diciéndote
que por intentos no me quedo. Ambos reímos, pero solo de nerviosismo.
El “ya veremos” se queda suspendido como una bandera blanca
ondeando para que consideres una tregua, un alto al fuego de los deberes de ser
pareja que me llenan la cabeza. Es una pregunta simple que debiera tener una
corta respuesta, pero veo que todo se fue al carajo cuando frunces el ceño y me
expresas con molestia que no nos hemos visto en toda la semana, porque el
trabajo nos consume y las horas del día no son suficientes para vivir,
entonces, empiezas con la cantaleta de los mil y un esfuerzos que haces para
mantener viva la chispa de nuestro amor.
Antes de osar a interrumpirte, pienso para mis adentros, rio en mi
interior, recordándome que yo solo quería un idilio fugaz y sin preocupaciones,
un par de salidas casuales cuando tuviéramos el tiempo y la disposición, y
tener sexo de vez en cuando, total, aún la falta no me quita el sueño. Te lo
dije la primera vez, cuando nos conocimos, pero pareciera ser que pasó en otra
vida, cuando solo a mí debía mi tiempo.
A punto de concluir tu soliloquio, sientes las ganas irrefrenables de
punzarme nuevamente con el filo de tu daga, porque no obtuviste la respuesta que
querías, entonces, cual cría orquestas un berrinche en el que terminas
cuestionando lo mucho que te amo.
¿Podemos medirlo solo en tiempo? O, quizá, sea la cantidad de
preocupación, en los detalles o las ansias por vernos.
Yo solo me dejo guiar por el sentimiento tibio que palpita bajo mi
pecho.
De ahora en adelante, nuestra conversación se torna en otra pelea, y
sé que cualquier cosa que diga será usada en mi contra, por lo tanto, para qué
molestarme en decir la verdad. 
Te esquivo la mirada y lo primero en que mis ojos se fijan es en el
mechón que te toca con timidez la frente arrugada por la molestia y el estrés
de no poder tenerme a tu merced. Luego, sostengo con brevedad la mirada y te
veo con una expresión dolida, que, con incertidumbre te estarás preguntando si
esto tendrá un buen desenlace, por lo que te tiemblan las manos y dudas si la
razón es el frío de la tarde o solo el miedo de dejarnos ir. Y lo cierto es que
te amo, pero no tengo más tiempo (para estar contigo). Y aunque lo tuviera,
seguramente no te lo concedería.
Y lo leo todo el tiempo; en las murallas de las calles rayadas con
poesía callejera, que, es imposible no detenerse a admirar y que te cale hondo,
leyendo cada palabra como si fuera un consejo del viento, susurrándome que no
deshoje mi valioso tiempo como los pétalos de una margarita que rompe el
pavimento con su valentía. Me dice con cierta cursilería que escuche a mi
corazón y que siga el rastro de mis pasiones. Que ceda ante mis más profundas
admiraciones, porque el cielo es el límite, para alcanzar mis sueños, aunque
parezca un imposible, el dolor es temporal.
Sin embargo, si invierto mi tiempo en tu existencia que no es la
mía, a quién más le reclamaría.
A quién le entrego la factura por los segundos que no pase conmigo
mismo, los que perdí cuando quise estar con mi familia en silencio, cada uno en
lo suyo, o solo descansando.
¿Acaso nunca escuchaste esa expresión italiana: “La dulzura de no
hacer nada”?
Dubitativo, me siento al borde creyendo que todo irá mejor si
contemplo el abismo, así me daría cuenta de la finitud de nuestra existencia en
esta Tierra, una perspectiva diáfana de lo que es realmente importante. Pero sé
que seguiría eligiendo por un momento más para echarme sobre la cama y quedarme
recostado viendo cómo las pelusas bailan y se acumulan en el techo. Después una
idea vendrá a mí, sin pedirla o porque llega la musa inspirando a este pobre
diablo, así que me levanto para escribir sobre el tiempo que las flores se demoran
en crecer, pero tengo la certeza que lo harán tal como los versos que escribo más
tarde, al alero de la madrugada. Y, francamente, no sabría qué otra cosa hacer
con mi tiempo, es lo único que tengo.
Y que sepan tú y el universo que no es ilimitado. Tengo todos y
cada uno de los segundos contados, entonces, brusca y llanamente te pregunto
antes de responder: ¿Mereces que te consienta con mi tiempo? Porque, si el
mundo se acabara mañana, tras la vida que pasa en cinco minutos, pienso si habrá
válido la pena. La fantasía de un futuro incierto que conversamos acurrucados
sobre la cama, elucubrando una historia de acompañarnos en la salud y la
enfermedad, me imagino cogiendo tu mano suave y arrugada por el paso del
tiempo, ese mismo que te concedí hace solo un año, y ni cuenta me di.
Dejando de esquivar tu mirada y acallando el tortuoso silencio con un comentario tonto sobre lo hermosa de la primera estrella que aparece para pedirle un deseo, te digo que te amo y que mañana nos veremos de nuevo, cuando, lo que realmente quise decirte es que te amo, pero no tengo más tiempo para invertirlo en ti. Y, aunque lo tuviera, no me perdería la oportunidad de derrocharlo en mí.
.jpg)

.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario