¿Alguna vez te has enamorado? - Negociación.


Por qué no pudimos hacerlo mejor.

Abro las cortinas de la habitación y permito que la luz llene los recovecos, pero yo sigo vacío como si me hubiera arrollado un camión. Luego suelto una carcajada floja, pensando que nada tiene sentido, porque jamás me ha arrollado un camión, pero así debería sentirse un corazón roto, ¿no? Un dolor físico. Profundo. Una golpiza brutal. Como cincuenta dagas en el pecho. Un asunto de vida o muerte. Como una emergencia. Cuando te fuiste, te llevaste contigo mi vida y las ganas de vivirla.

¿Cómo podría haber sido diferente? Nuestra historia. Sin quitar ni una sola lagrima, mirada ni momento. Sin embargo, quisiera darle un nuevo final.

Me llega el arrepentimiento, los pensamientos recurrentes de que esta vez todo podría ser diferente.

Entre la suplica y el llanto, me seco las lágrimas y te pido que no llores más, porque estaré contigo hasta el final. Te agarro las manos, mis ojos descubren los tuyos y te pido que me prometas que vas a cobijarme en tus brazos y que nunca me vas a dejar ir. Pero hay promesas que no se pueden cumplir. Y nos quedamos abrazados, hasta que la luz se esfuma y la distancia entre los dos se hace imposible de soportar.

No me dejes ir nunca más.

¿Qué más podría ofrecerte? Gritar mi dolor contra tu puerta, como ofrenda. Comprometerme con el trabajo duro que se necesita para conservar esta alegría que siento cuando estás cerca. Tal vez, callarme cuando se acerca una tormenta. Y mecer con ternura el disgusto hasta que nos deje de rugir. Suena difícil, pero no imposible. Y de imposibles están fabricados cada uno de nuestros sueños, me repito, como un consuelo, pero ya no estás aquí para escucharme divagar.

Antes que cometa otra locura, me sacudo los pensamientos y mis dedos duelen de las ganas de mandarte un mensaje para decirte que te quiero. El aire se hace denso. Irrespirable. Necesito tenerte conmigo otra vez. Me falta el aire. Me refugio bajo las gotas de agua fría, para despertar o también como un castigo, porque ya sabía que no me podía enamorar.

Tal vez una golpiza habría sido más piadosa que sentir esta herida punzante, este dolor que se me extiende por partes de mi alma que ni sabía que existían. No las puedo alcanzar, lamer ni sanar.

Me duele demasiado. Aquí, dentro.

Y cuando pensé que no lograría aguantar despierto hasta el mediodía, me sorprendo queriendo saber cómo estuvo tu día. Si fue igual de doloroso e insoportable que el mío, pero en tus historias veo que has sacado a tu perrita a pasear y, de repente, me brota una sonrisa. Me digo que, al menos, uno de los dos salió a tomar aire fresco. Mientras que, yo solo quiero sofocarme con estos momentos tan tuyos como míos, y perderme en nuestro breve infinito.

Comentarios

Entradas populares