¿Alguna vez te has enamorado? - Era para siempre.
Fuera, taciturnos en el jardín, sacamos la maleza y atiendo tu
mirada sombría. Veo tus ojos apagados por la sabiduría que te entregaron las
heridas. Y sé que del dolor has sabido ser resiliente, atravesando las
adversidades que te impuso la vida. Aun sabiendo todo eso, ¿podría haber sido
más amable contigo?
Bajo un sol que se oculta tímidamente tras nubes grises, nos
ponemos de espaldas y cada quien se pierde en sus tribulaciones. Mientras
cortas con desdén y arrancas la maleza, yo agito los brazos con fuerza para
espantar a los fantasmas. No sé cuántos serán a los que te enfrentas, pero lo
hago con ahínco, preservando el optimismo.
Dentro mío, sé que no habría sido suficiente. El dolor que crece
suele ser más desolador.
Tengo que ser paciente. Debo tolerar esta aflicción que no es mía. Podríamos
haber sido más amables con lo que sea que nos hizo tanto daño, me cuestiono.
Dudo de mí mismo.
Tus dedos se entrelazan con los míos y, expresando una media
sonrisa, me invitas a recostarme contigo sobre una cama de flores silvestres.
Observamos el cielo, viendo cómo las nubes pasan sigilosas frente a nuestras
narices. El viento las empuja y el tiempo que pasa ni nos importa. Todo se
pierde en ese instante. Nos mantenemos tomados de la mano y la tonada
melancólica de los grillos y pájaros presagian lo que se nos avecina. La
quietud antes del tormento. Y luego siento la costra del corte sobre tu piel que
también la siento mía, y pienso en las cicatrices, esas que están ocultas. Capa
bajo capa. Esas que no se ven a simple vista. Sin embargo, si las notáramos, ¿habría
sido diferente?
Beber y saciar nuestro dolor en cada beso ¿nos haría más humanos?
Con torpeza rompes el silencio que resguarda nuestra burbuja. A
tientas me preguntas, con tus ojos de cordero degollado, si alguna vez nuestro
amor se podría terminar. Y ya no sé cómo mentirte. Avergonzado, bajo la mirada
y me toco el pecho con una sonrisa triste. En mis oídos escucho los latidos
frenéticos de mi corazón desbocado. Las manos me tiemblan sosteniendo tu
fragilidad. Tan delicado, como una bomba a punto de explotar. Y aunque sé que
nos podría volar en pedazos, solo daría un paso al costado para lamerme las
heridas.
Y en un día despejado, desperezándome frente a un par de retoños
que brotan con la venida de la primavera, trato de sacudirme la culpa y creo
que fue la mejor manera de salvarnos.
Esta maleza se siente tan solitaria sin tu compañía, digo, para mis
adentros, creyendo que el destino trazado para los dos fue el indicado.
Aunque sigo limpiando solo la habitación que compartimos, nuestras
miradas se alejan y sacudo el polvoriento recuerdo de lo que fuimos. Y estoy
convencido de que no había otra manera de despedirnos.
Tu mirada sabía que no aguantaría más mi ego ni tu cobardía.
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