¿Alguna vez te has enamorado? - La lista del supermercado.
A media tarde, absorto en los titulares catastróficos de la
televisión, los vientos de cambio soplaron la última hoja amarillenta que cayó
con delicadeza al piso. Su crujido irrumpió el silencio y me devolvió a la
vida. Y, mientras que mis padres discutían en la mesa sobre qué agregar a la
lista del supermercado, me di cuenta que era otro jueves cualquiera.
¿Cuáles cosas consideran en su lista? Mamá escribía, luego papá la
interrumpió. Volvió a escribir, pero tachó lo último. O tal vez lo subrayó.
Podemos estar de acuerdo en estar en desacuerdo, murmuró papá, y mamá puso los
ojos en blanco. Y cuántas veces los he escuchado entonar la misma cantaleta. Bailar
el mismo baile. La misma batalla campal. Si no es lo uno, es lo otro, siempre
quieren algo más.
Las hojas se desprenden amarillentas y arrugadas, mientras que a
las flores les llega su época de floración. Y no pasan solamente los años, sino
también las estaciones, las penas, las mudanzas, la crianza y la madurez.
Sin embargo, ¿qué es lo que todavía los mantiene unidos? Me
pregunté mientras refregaba los trastes sucios y las manos se me entumían con
el agua fría que corría por el lavaplatos. Y si bien no tendría una respuesta
para llevarte a la puerta, al menos seguía imaginando un futuro juntos.
¿Acaso será cuestión de paciencia? Respirar profundo. Inhalar y exhalar.
Pausadamente. Inhalar, exhalar. Cerrar los ojos y buscar en el interior. Volver
a tu centro. Si no se están comprendiendo, si se mantiene el desacuerdo,
vuelves a inspirar paz y expirar todo lo malo para dejarlo atrás. O, tal vez,
es solo resignación. Dejar de insistir. De exigir. Darse por vencido. Y no
tratar de comprender, solo querer. Así, sin más.
Es una batalla campal que no tiene sentido. Un grito al vacío. Cientos
de golpes de cabeza contra la pared. Luego, lo vuelvo a intentar por tu
sonrisa. La línea curva que se dibuja y la piel se me eriza. Por el eco de tu
risa que me retumba por todo el cuerpo y el órgano me vibra con sonetos de
amor, locura y muerte.
Qué suerte, susurro, agachando la cabeza y con una media sonrisa,
expresión derrotista, seco los platos, porque es lo único que todavía puedo
controlar. Y qué fortuna haberte amado, digo, para mis adentros. Y ya siento la
melancolía de una batalla que he ganado, pero no así la guerra. Los dos
habremos perdido. Entonces, en la oscuridad, guardo las armas y desenfundo mi
corazón que todavía palpita un último intento.
Me encamino por un sendero que florece antes del amanecer.
Tras terminar su lista de supermercado y escuchar el chirrido de
las ruedas abandonando el antejardín, supongo que, en el caso de mis padres, es
un constante ir y venir. Ceder y comprometerse. Y también comunicarse. Hay que
gritar, pelear, para después reconciliarse y hacer las paces. Y ya quisiera que
corriéramos con la misma suerte, pero, si no soy capaz de comprometerme y
decirte que te quiero, cuando se requiere, entonces, cómo podríamos sortear los
obstáculos y desafiar la adversidad, para luego llegar a la parte divertida de todo
el asunto; ir a comprar juntos, jugar scrabble a media tarde y elegir una
película para ver antes de dormir. Y sé que vas a quedarte dormido a los cinco
minutos de haber empezado “Yo antes de ti”, criticándome por elegir de nuevo una
comedia romántica, pero, en mi defensa, sabes que soy un romántico incurable, obsesionado
con los amores imposibles.
Y ahora, solo espero que me recibas al tocar tu puerta, aunque sea por una última vez.
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